La verdad es que hablar del significado del nazareno en una estación de penitencia es un tanto complicado. En realidad, el verdadero sentido de una persona vestida de túnica y capirote hay que buscarlo en el siglo XV, durante la Inquisición española, cuando los pecadores eran vestidos de tal forma para ser reconocidos, a la vez que vagaban rezando y flagelándose hasta que, poco a poco, se le iban perdonando sus faltas y podían volver a la vida normal.

 

     Lógicamente, en los tiempos que corren, este significado es bastante distinto. El nazareno de hoy en día participa en el cortejo por diversas razones: por tradición, por devoción a la imagen, por necesidad espiritual o, incluso, por diversión, entre otras.

 

     Los penitentes de la Inquisición asumían su castigo y entendían que, con él, quedarían limpios de sus pecados. Sin embargo, el penitente de hoy en día, a veces, no es capaz de aguantar una estación de penitencia sin levantarse el capirote o sin saludar a alguien conocido.

 

     Y Jesús, ¿qué nos diría de todo esto?

 

     Quizá yo no sea el más indicado para contestar a esta pregunta, pero en la catequesis con mis niños de primero de ESO hemos llegado a la conclusión de que Jesús era un tío guay. Una persona que amaba a todos y a todo y que era estimada y querida por todas las personas que lo escuchaban no podía ser un hombre serio, ni un hombre que predicara la flagelación para el perdón de los pecados. Jesús amaba el estar con sus amigos, el celebrar las fiestas y el compartir la oración. Y la Semana Santa termina con la gran fiesta del cristianismo: la resurrección de Cristo.

 

     Pero Jesús también buscaba el momento para estar con Dios. El hombre necesita momentos de silencio en su vida para encontrarse con el Padre. En este mundo de prisas necesitamos buscar nuestro particular Getsemaní y, gracias a nuestras hermandades y a nuestra Semana Santa, tenemos la oportunidad perfecta para compartir en comunidad, pero a la vez en silencio y recogimiento, nuestra oración con Dios.

 

     En muchos artículos y documentos de la Hermandad, antiguos y no tan antiguos, he tenido la suerte de leer sobre el orden y la pulcritud del cortejo procesional que acompaña a Ntro Padre Jesús de Humildad y Paciencia. Para muestra este fragmento del preámbulo que escribiera D. José Moñiz Aguilar, Vocal de cultos, en los nuevos estatutos: “El orden de los nazarenos, el recogimiento y fervor con los que realizan el desfile procesional, hacen que el pueblo cristiano que los contempla, se una íntima y devotamente al piadoso Vía Crucis que durante su recorrido rezan, cantando preciosos motetes al finalizar todas y cada una de las estaciones”.

 

     Gracias a Dios he tenido la suerte de poder formar parte de esta humilde hermandad. No fue por casualidad que yo viniera a parar aquí. Para Dios no existen las casualidades.

 

     Espero encontrarme con muchos hermanos esta madrugá, conocidos o no, para compartir un ratito de oración y hacer de vuestras peticiones las mías, sabiendo que las mías se harán vuestras, porque Jesús, nuestro amigo y compañero de fatigas viene detrás, cubriéndonos la espalda.

 

Jesús Manuel Luque Maíz